Schwarcz, Lilia Moritz. Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário‭. ‬Cor e raça na sociabilidade brasileira. São Paulo: Claro Enigma, 2012. 152 pp.

 

Lilia Moritz Schwarcz es investigadora del Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico (CNPq) de Brasil y profesora titular de la Universidade de São Paulo (USP). Este libro representa una relectura y actualización de otros textos de la misma Schwarcz. Es largamente pautado en el ensayo homónimo a este, escrito originalmente para el cuarto volumen de História da vida privada no Brasil‭: ‬Contrastes da intimidade contemporânea. Asimismo, recupera reflexiones del ensayo “Nina Rodrigues: um radical do pesimismo”, incluido en la compilación‭ ‬Um enigma chamado Brasil.

Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário ofrece, de partida, una imagen: la portada de la primera edición del libro de cuentos infantiles que trae la aventura de “La princesa negrina”. Con este gesto, Schwarcz introduce su investigación proponiendo dos importantes mensajes. Recuerda, primero, el largo recorrido del racismo. Contos para crianças, publicado en 1912 en Brasil, contiene una serie de historias cuyo tema central se repite: cómo una persona negra puede tornarse blanca. Simultáneamente, hace constatar la importancia del cuento o, como dirá después, del mito, en la propagación de los valores culturales de la nación: “Dicen que “quem conta um conto aumenta um ponto”. Si el dicho es verdadero, la insistencia en la idea de blanqueamiento, el supuesto de que cuanto más blanco mejor, habla no apenas de un azar o de una ingenua coincidencia en una narrativa infantil, sino que de una serie de valores dispersos en nuestra sociedad y presente en los espacios supuestamente más impropios” (11). En este marco, el cuento puede ser tomado como metáfora y ejemplifica las muchas facetas del discurso del racismo. Como se verifica en el estudio de la antropóloga, después de tantos movimientos de una pretendida inclusión racial, el mito del “blanqueamiento” sigue vigente y un destino “negro no sólo en el color” se mantiene como la realidad de muchos brasileños.

Darcy Ribeiro inicia el prólogo de la edición castellana de Casa-grande y Senzala (Biblioteca Ayacucho, 1973) explicitando una constatación que le parece hostil: “Efectivamente, Casa-grande y Senzala es el más grande de los libros brasileños y el más brasileño de los libros que hemos escrito. ¿Por qué? Siempre me intrigó y aún me intriga que Gilberto Freyre, siendo tan reaccionario en el plano político […] haya podido escribir ese libro generoso, tolerante, fuerte y bello. Creo que podríamos prescindir de cualquiera de nuestros ensayos y novelas, aun cuando fuese lo mejor que hayamos escrito. Pero no pasaríamos sin Casa-grande y Senzala de manera indiferente. En cierta medida, Gilberto Freire fundó el Brasil en el plano cultural tal como Cervantes lo hizo con España, Camões con Portugal, Tolstoi con Rusia, Sartre con Francia. […] Casa-grande y Senzala es una hazaña de la cultura brasileña” (ix-x).

La enunciación del autor de O povo brasileiro‭. ‬A formação e o sentido do Brasil‭ ‬(1995) –obra capital de la etnografía nacional– da cuenta de cómo las ideas de Freyre se propagaron de manera tan inevitable como potente. Gracias a eso, una de las preocupaciones centrales de Schwarcz en Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário será demostrar la persistencia y la capacidad de reinvención del mito de la democracia racial. En esta tarea, la antropóloga busca las raíces más profundas del problema y recupera las historias de los primeros viajeros que, en una mirada ambivalente, siempre destacaban la existencia de una naturaleza paradisíaca y, al mismo tiempo, lamentaban la “extrañeza de las gentes”. Uno de los ejemplos que trae a la luz, el Tratado da Província do Brasil de Pero Magalhães de Gândavo, ofrece una síntesis que se convirtió en una máxima sobre los naturales: pueblos sin F, sin L y sin R: sin fe, sin ley, sin rey. La antropóloga también pone en evidencia la visión positiva de Montaigne que, en el capítulo de sus Essais, “Des cannibales”, realiza un ejercicio de relatividad encontrando más lógica en la práctica guerrera de los Tupinambás que en las Guerras de la Religión en Europa. Aun así, el conocido texto revela la diferenciación: “Por cierto en relación a nosotros son realmente salvajes, pues entre sus maneras y las nuestras hay tan grande diferencia que o lo son o somos nosotros” (cit. en Schwarcz 15). Como se atestigua en Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário, la imagen del “hombre brasileño” desde el extrañamiento sigue vigente y gana nuevo aliento con el mito del buen salvaje de Rousseau. En 1794 se publican los tres primeros volúmenes de Histoire naturelle del conde de Buffon que lanza la tesis sobre la debilidad o inmadurez del continente americano. Frente a este conjunto de crónicas, Schwarcz constata que tanto en las versiones positivas como en las evidentemente negativas, el Nuevo Mundo siempre fue Otro. Concluye: “De esta forma, a pesar del elogio a la naturaleza tropical contenido en los relatos de estos ‘viajeros filósofos’, la humanidad de aquel lugar parecía representar algo por demás diverso para que la percepción europea encontrara lugar certero, o incluso humanizado, en su definición, mostrándose más dispuesta a apuntar lo exótico que a dar lugar a la alteridad” (18).

Como sugiere la investigadora en el inicio de su libro, las ideas sobre la diferencia, imperfección, inmadurez e inferioridad de América son los antecedentes del darwinismo racial, propagado a partir del siglo XIX, que encuentra, en Brasil, un gran “laboratorio”. Muestra también que, en este momento, la raza se impone como concepto, vinculándose a los destinos de la nación. Como indica Schwarcz, en su vertiente negativa, el mestizaje atestiguaba la falencia del país. Un importante representante de este modelo, Nina Rodrigues se oponía al libre arbitrio y a la igualdad por entender que “de ciertas razas se podría esperar responsabilidad; de otras no”. Por otro lado –explica la investigadora– hacia 1844 circula una interpretación más positiva y alentadora a través del ensayo del alemán Carl von Martius, vencedor del concurso “Cómo se debe escribir una historia de Brasil”, realizado por el Instituto Histórico e Geográfico Brasileño (IHGB). Criticando los objetivos de esta iniciativa pionera que, según Schwarcz, sería mejor comprendida en la formulación “como se debe inventar una historia de y para el Brasil”, la antropóloga recuerda la posición de Martius. Usando la metáfora de un poderoso río, correspondiente a la herencia portuguesa que debería absorber los “pequeños ríos confluentes de las razas india y ethiopica”, Brasil resurgía representado por la particularidad del mestizaje. La antropóloga aclara que, desde los primeros momentos como país independiente, una cuestión acompaña los debates locales: “¿Finalmente, cómo Brazil se hace Brasil?”.

La investigadora revela en Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário que la cuestión racial se vinculó de forma inmediata al tema de la identidad. No obstante, de acuerdo con Schwarcz, si en el exterior‭ ‬made in Brazil‭ ‬es sinónimo de la reproducción de los “exóticos productos culturales mestizos”, dentro del país el asunto es casi un tabú. Esto se debe –explica– a una idea de que la situación está estabilizada y naturalizada, como si las posiciones sociales desiguales fueran innatas y las actitudes racistas minoritarias y excepcionales. En la ausencia de una política discriminatoria oficial se prolifera en el país la “buena consciencia” que niega el prejuicio o lo reconoce como “más blando”. Para Schwarcz, en Brasil, nadie niega que exista discriminación pero su práctica siempre es atribuida al otro. Esto explica los resultados de una investigación realizada en 1988, en São Paulo, en la cual 97% de los entrevistados afirmaron no tener prejuicio y 98% de los mismos dijeron conocer personas prejuiciosas. Por otro lado, de acuerdo con la antropóloga, en la cultura jurídica la raza también es tratada como silencio y afirmación: “Una de las especificidades del prejuicio vigente en el país, como vimos, es su carácter no oficial. En cuanto otros países adoptaron estrategias jurídicas que garantizaban la discriminación dentro de la legalidad –sea por medio de políticas oficiales del apartheid, sea estableciendo cuotas étnicas–, en Brasil, desde la proclamación de la República, la universalidad de la ley fue afirmada de manera taxativa: ninguna cláusula, ninguna referencia explícita a cualquier tipo de diferenciación pautada en la raza” (79). No obstante, como silencio no es sinónimo de inexistencia, el racismo fue siendo repuesto, primero de forma ‘científica’, luego, por orden de la costumbre, asegura Schwarcz. La Lei Afonso Arinos, instituida en 1951, al punir la discriminación terminaba por formalizar su existencia. Empero –como apunta certeramente– a falta de cláusulas impositivas y de puniciones más severas, la medida se mostró ineficaz, incluso, en los casos bien divulgados de discriminación en el trabajo, en las escuelas y en los servicios públicos. Un ejemplo aún más significativo, de acuerdo con Schwarcz, es el de la Constitución de 1988, reglamentada por la Lei n. 7716, de 5 de enero de 1989, en que el racismo es considerado crimen sin fianza. Como desvela críticamente la antropóloga, de este texto se desprende una reiteración de un “prejuicio à la brasileña” pues solo son consideradas discriminatorias actitudes tomadas en público. No obstante, sugiere: “Tal vez, hoy en día, sea más fácil criticar el mito de la democracia racial que enfrentar su manutención” (112). Pero reconocer la existencia del racismo no lleva a su comprensión, tampoco a la percepción de su especificidad, concluye Schwarcz.

La interesante investigación realizada en Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário permite no solo pensar las especificidades del racismo, sino también el problema más extenso de la diferencia. Porque, si es innegable que el racismo y –el racismo brasileño– explicita, en su trayectoria, sus complejidades, es verificable que la discriminación empieza en cómo‭ ‬se mira al otro. Eso explica, además, que los antagonismos que acompañan el contacto con la diferencia ganen nueva forma de enunciación en la contemporaneidad. Siendo así, es posible establecer otro paralelismo. Si, como nos recuerda Schwarcz, en el pasado colonial la exuberancia del paisaje permitió la propaganda del Nuevo Mundo, en las primeras décadas del siglo XX se promueve la estetización de la democracia racial. Sin embargo, como indica certeramente la investigadora, este proceso no se da de manera aleatoria o meramente manipuladora: “En el Brasil de los años 1930, dos grandes núcleos aglutinan contenidos particulares de nacionalidad: el nacional-popular y sobre todo el mestizaje, no tanto biológico sino cada vez más cultural […]” (47). En este momento nacen instituciones que visan ‘rescatar’ (lo que muchas veces significó ‘inventar’, o a lo mejor, ‘seleccionar y recrear’) costumbres y fiestas, así como un cierto tipo de historia. La operación es ideológica y tiene el objetivo de recolectar elementos de la identidad, confiriéndoles una dimensión grandiosa. La emblemática publicación de Casa Grande y Senzala‭,‬ en 1933, también señala este movimiento de conformación de los íconos de la identidad. Como advierte Schwarcz, no es que la tesis de Freyre, de la ‘buena esclavitud’, fuera realmente nueva. Su novedad estaba en destacar la intimidad del hogar –en contraposición a la (omitida) vida dura del esclavo– y hacer de este mundo privado materia de ciencia. De la esclavitud –una experiencia histórica inaguantablemente positiva– se destaca su lado ‘integracionista’ y, una vez más, Brasil se convierte en un modelo de convivencia racial. En 1939 se crea el Día de la Raza, en 1938 el candomblé ya puede ser tocado sin interferencia policial. El fútbol, de origen inglés, pasa a ser progresivamente asociado a los negros. Nossa Senhora da Conceição Aparecida –mitad blanca, mitad negra– es escogida como la patrona de Brasil. Surge la figura del malandro, que se consolida en los sambas del momento. La feijoada, comida de esclavos, pasa a ser el “plato típico de la culinaria brasileña”. En el discurso oficial, el mestizo se convierte en‭ ‬nacional y, simultáneamente, se realiza un proceso de des-africanización de varios elementos culturales.

Al mismo tiempo, los símbolos del mestizaje se convierten en producto de exportación. No obstante, más allá del apelo nacional-publicitario, ¿es posible pensar en igualdad en las esferas de producción de la diferencia: justicia, nacimiento, muerte, trabajo, ocio? Lilia Moritz Schwarcz destaca que, buscando dar cuenta de la realidad más profunda del racismo, varios estudios, a partir de los años 1980, empezaron a oponerse al discurso oficial de cierta “blandura” de las relaciones raciales. Florestan Fernandes, uno de los exponentes de este cambio de perspectiva, diagnosticó un racismo disimulado y asistemático a partir de los datos del censo de 1950 que desnudaba no solo diferencias regionales (constatando una gran mayoría de negros y mulatos en el Nordeste) como concentraciones raciales de privilegios económicos, sociales y culturales. Refiriéndose a estos estudios, asegura Schwarcz: “El conjunto de las investigaciones apuntaba, por lo tanto, a nuevas facetas de la ‘miscigenação brasileira’. Sobrevivía como legado histórico un sistema enraizado de jerarquización social que introducía gradaciones de prestigio con base en criterios como clase social, educación formal, localización regional, género y origen social en todo un carrefour‭ ‬de colores y tonalidades” (72). La metamorfosis del esclavo –como nombró Fernandes sobre el caso brasileño– alcanzó tal punto que los términos negro o prieto llegaron a ser utilizados como sinónimo de clase subalterna, un movimiento que, con frecuencia, borra el conflicto y la diferencia.

En la misma línea de asociación raza-clase, el intelectual haitiano René Depestre ofrece un análisis oportuno en Buenos días y adiós a la negritud: “El racismo, tal como lo conocemos, es una superestructura congénita del capitalismo. Es su proceso de fetichización de las relaciones sociales, de los productos del trabajo humano, el que se ha trasladado a las relaciones ‘raciales’ en un cuadro colonial entre amos “blancos” europeos y esclavos ‘negros’ africanos. Como en otras expresiones históricas, el capitalismo ha invertido los órdenes del tener y del ser, de las apariencias y de la esencia de los hombres, de las relaciones “raciales” y sociales haciendo de “uno y otro color” (el blanco y el negro), que no tiene en sí ninguna significación, ni en bien ni en mal, criterios de evaluación y de jerarquización de las relaciones humanas” (25, énfasis del autor). Pensando esta perspectiva desde la realidad brasileña, es evidente que el país no es un caso ejemplar de convivencia racial. Nem preto nem branco‭, ‬muito pelo contrário‭ ‬trae a la luz una investigación amplia y minuciosa que incluye la recuperación de los censos demográficos de 1872, 1890, 1900, 1920, 1940, 1950, 1970 y 1980; los cambios legalistas desde la abolición de la esclavitud; estudios etnográficos del siglo XX; datos del reciente censo de 2010 sobre la distribución socioeconómica e índices de escolaridad de la población negra; y, finalmente, las medidas de reparación implementadas desde el gobierno Lula. Todos los indicios concretos nos invitan a pensar la profundidad y la relatividad del problema racial que, si no se resume en una cuestión económica, no puede ser limitado a una explicación cultural que termina por esencializar y sacar la cultura de su historia. Lo mejor, aconseja Schwarcz, es mezclar todos estos marcadores. Más que conclusiones categóricas, este libro es un llamado de atención para retomar el debate del racismo que está muy lejos de una solución. En lo público y en lo privado es preciso superar la retórica de la democracia racial y asumir los derroteros del antagonismo brasileño en que la exclusión social se da en la misma potencia que la inclusión cultural. ¿Somos todos mulatos? Parece que sí y cada vez más. Sin duda, el samba y el candomblé –que siempre serán negros– ganaron la batalla simbólica. Falta, no obstante, derrumbar la tesis de inclusión cultural como social. Falta romper un círculo histórico y vicioso para pintar un futuro igualitario. Y que la dicotomía entre ‘emblanquecerse’ y ‘un destino negro no solo en el color’ no condicione a los millones de niños marginados, esparcidos por el país.

 

Renata Pontes 

Pontificia Universidad Católica de Chile

riverenata@gmail.com